Dos de mis mejores amigas discutieron fuertemente frente a mí la otra mañana y por primera vez en mi vida, guardé silencio…
Jamás me había atrevido a no intentar mediar alguna discusión entre personas que realmente me importaran; pero en esta ocasión me dediqué a callar, a observar, a escuchar cada oración ilógica e irreverente que pronunciaban, sin permitir a mi boca emitir ni un sonido… No supe por qué, pero no encontré motivos para querer controlar sus emociones o sus enojos. Después de todo ellas eran dueñas de sus razones y tenían el derecho de decir lo que quisieran.
La verdad es que no suelo reaccionar con tanta prudencia… los segundos me pasaron tan lento y tan rápido al mismo tiempo que me sentí más ligera. Me estaba arrancando por fin el afán de controlar el pensamiento y hasta el sentimiento de alguien más.
No fueron ni sus argumentos ni sus reclamos, ni siquiera sé si alguna de las dos tenía la razón… No fueron ni los gritos, ni el hecho hallarme en medio de una guerra de opinión… sencillamente y sin quererlo me hicieron darme cuenta de que el secreto está en confiar un poco más, en soltar un poco más, en entender un poco más pero sobre todas las cosas en aceptar un poco más.
Nunca me habían importado tanto como aquella mañana, nunca las había respetado tanto…
Ya era suficiente el tiempo en vida que me había pasado preocupándome por cosas de las que, en su mayoría, no me podía ocupar.
Me alegra mucho que hayan peleado así esa mañana…
Ada Campos
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